Como ya contamos en nuestro primer post, una vez el tomate entra en la ecuación como ingrediente básico de la pizza, esta empezó a cobrar importancia.
Fue entonces, en ese mismo siglo XVIII donde nace en Nápoles la que hoy en día es considerada la pizzería en activo más antigua del mundo. Sus pizzas eran producidas mediante hornos de leña y, originariamente, el modelo de negocio se basaba a través de la venta ambulante.
En esa época y en la misma ciudad de la que hablamos, la pizza más popular, y catalogada en más de una vez como la original, era la pizza marinara. Esta pizza estaba compuesta por tomate, ajo, aceite de oliva y albahaca u orégano.
Las demás pizzas en la ciudad de Nápoles se elaboraban con: aceite de oliva, tocino, queso, tomate y anchoas en salazón. Aun así, todavía faltaría un último ingrediente que hoy en día consideramos prácticamente imprescindible en la pizza: la mozzarella.
Damos un salto hasta 1889, pero no nos movemos de Nápoles. Raffaele Esposito es considerado uno de los principales cocineros de pizzas de la ciudad y, a causa de una visita de los reyes de Italia a Nápoles, se le pide al chef que elabore unas pizzas para sus majestades.
Esposito elaboró tres pizzas, una de ellas hecha con tomate, mozzarella y albahaca con el objetivo de representar visualmente la bandera italiana.
Esta pizza sorprendió gratamente a la reina Margarita y provocó dos hechos: que se corriera la voz y, a su vez, hubiera un incremento en el consumo y popularidad de pizzas y, también, que la pizza margarita actual lleve por nombre el mismo de la que fuera reina de Italia.
A partir de este momento entramos en el siglo XX, siglo de la más absoluta expansión de la pizza tal y como la conocemos hoy en día.
En el 1905 se abre la primera pizzería en Estados Unidos, en 1957 se empiezan a vender las primeras pizzas congeladas y, entre otros muchos sucesos importantes, a partir del 1988 llega a España la primera cadena de reparto de pizza a domicilio.